Sigmun Freud

Sigmund Freud,
e
l psicoanálisis y el hombre como inconsciente

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En la reflexión acerca del hombre existe un planteamiento teórico imposible de eludir, es la propuesta psicoanalítica. Siempre lo humano, desde los griegos hasta hoy, se ha caracterizado por una búsqueda de sentido afirmado en grandes certezas. Hemos examinado o examinaremos varias de ellas: la certeza política, la certeza religiosa, la certeza económica, la certeza racional, la certeza ideal, la certeza moral. Es pues, búsqueda de dimensiones sólidas e inobjetables por medio de las cuales dar sentido al actuar cotidiano. Pero en la búsqueda de certezas encontramos pensadores de dinámica negativa, de dinámica crítica. Su labor filosófica no es fundar sino socavar para reconstruir. Vimos a Nietzsche, demoledor de la tradición filosófica occidental; a Marx, rebelde luchador de las clases populares-en contra del omnipotente capitalismo. A continuación damos un viraje hacia la dimensión psicológica del ser humano, y con Freud descubriremos que nuestra pretendida seguridad, nuestra falsa incontrovertibilidad racional, no son más que ilusiones. Freud (1856-1939), ingresó al mundo de la psicología siendo médico. Inicialmente este vienés compartió la preocupación por la cura de la histeria a través de la hipnosis, tal y como la practicaba la escuela de Charcot en París. Posteriormente establecería otro universo de experiencias que lo llevarían a la formulación del inconsciente y del método psicoanalítico. Sus obras más famosas son La interpretación de los sueños (1899) e Introducción al psicoanálisis (1917). Para Freud, el hombre está sometido a la determinación de su evolución psíquica, pero peor aún, está dominado por el inconsciente, fuerza imprevisible, incontrolable, causa de nuestros numerosos errores y también de nuestros –aparentemente- más honestos deseos y realizaciones. Presentamos las pistas de definición conceptual más obvias del análisis freudiano, resta examinar las complejas consecuencias que de ahí se derivan.

1. Niveles del psiquismo humano

El nivel más importante, según Freud, es el inconsciente. Por eso, presentamos brevemente los niveles conscientes y preconscientes y nos detendremos más en el inconsciente, describiendo sus rasgos fundamentales:

Nivel consciente: Es el nivel admitido por la psicología tradicional y se refiere a todo lo que el hombre sabe y conoce.

Nivel pre-consciente: Se refiere a todo lo que está latente en la persona humana y puede pasar al nivel consciente en cualquier momento. Hay una buena cantidad de realidades mentales, por ejemplo: memorias de experiencias particulares o de hechos particulares, de los cuales no somos continuamente conscientes, pero a lo que podemos evocar en la mente siempre que sea necesario.

Su existencia se manifiesta a través de los actos fallidos (hablar, escribir o hacer una cosa por otra, olvidos temporales de algo...). No resulta difícil descubrir detrás de ellos la existencia de otra intención, deseo, repulsa, etc.

Nivel inconsciente: Freud constató que la mayoría de las enfermedades nerviosas, como la histeria, son consecuencia de conflictos psíquicos inconscientes. En el fondo de estos conflictos hay casi siempre un deseo o recuerdo reprimido, que permanece activo en el inconsciente. Todo esto pone de relieve la existencia de una actividad de la que no somos conscientes, que influye en el psiquismo humano. El inconsciente es por naturaleza dinámico, esto es, ejerce activamente presiones e influencias sobre lo que la persona es y hace. Por ejemplo: hay deseos inconscientes que pueden inducir a alguien a hacer cosas que no puede explicar racionalmente a otras personas ni siquiera a sí mismo. La impermeabilidad es lo que diferencia al nivel inconsciente de los otros niveles. Este nivel es como una cámara cerrada herméticamente, que impide el paso de sus contenidos al pre-consciente y a la conciencia. Lo que impide el paso de los contenidos del inconsciente a los otros niveles es lo que Freud llama censura. Esta “censura” impide que salgan los contenidos del inconsciente prohibidos para la propia imagen o intolerables para la conciencia. Sólo el psicoanálisis, método descubierto por Freud, puede lograr que esos contenidos traspasen la barrera de la censura. Los sueños son expresión de esa actividad del inconsciente. En los sueños se expresan de forma simbólica algunas problemáticas psicológicas del inconsciente. Una actividad de la terapia psicoanalítica consiste en la paciente interpretación de los sueños con el fin de elaborar los contenidos inconscientes que más influyen en la vida del paciente.

2. Componentes de la personalidad

Freud introdujo en sus últimas exposiciones la teoría de la estructura tripartita de la personalidad: el Ello, el Yo y el Súper yo. Dicha estructura no se identifica con la división del inconsciente, preconsciente e inconsciente. Sin embargo, toma el nivel inconsciente como punto de partida para el desarrollo de esta teoría. Estos tres componentes tienen en común las siguientes características:

Son autónomas: Cada una tiene su propio objetivo y funcionamiento.

Son antagónicas: Tienen objetivos distintos y en conflicto.

Son interdependientes: Necesitan relacionarse unas con otras para no destruir la personalidad y funcionar “económicamente” de cara a la solución de los problemas reales.

EL ELLO

Este primer componente se caracteriza por ser la parte instintiva o pulsional de nuestra personalidad.

Los instintos son las fuerzas motivantes en el psiquismo humano tal; toda su “energía” proviene solamente de ellos. El ello funciona buscando el placer, es decir, la satisfacción inmediata y total de las pulsiones y tendencias que lo componen y descarga los impulsos ciegamente.

“El Ello no conoce juicio de valor alguno, no conoce el bien y el mal ni moral alguna. El factor económico o cuantitativo, íntimamente enlazado al principio del placer, rige todos los procesos... todo lo que el Ello contiene son cargas de instinto que demandan descarga” (S. Freud).

Freud sostuvo que puede distinguirse un número indeterminado de instintos. Sin embargo pensó que todos ellos podrían ser derivados de dos instintos básicos. Veamos someramente cada uno de estas pulsiones:

Sexualidad y agresividad (EROS Y TÁNATOS)

Sexualidad: abarca las tendencias constructivas y unitivas del hombre originadas por la energía sexual o instintos de vida, también denominados Eros (amor). Estos son las fuentes de desarrollo humano. Estos instintos sexuales pueden ser expansivos (un enamorado), o narcisistas (un esquizofrénico que se crea su propio mundo de autogratificación), o de conservación (seguridad, autoestima, perspectiva de protección para desarrollarse).

Agresividad: abarca las tendencias destructivas y disgregadoras del hombre, llamadas también instintos de muerte, o Thanatos. Tienden a la destrucción del mundo exterior y del propio Yo.

Por consiguiente, la presencia de estos dos instintos genera en el hombre, una división interna conflictiva. Esta conflictividad ayuda al hombre a su realización personal. La riqueza de instintos, al mismo tiempo crea una tensión, enriquece la personalidad, si se encauzan adecuadamente. La pobreza instintiva crea menos conflictos pero disminuye la posibilidad de realización personal.

“Uno de estos instintos, que trabaja silenciosamente en el fondo, perseguirá el fin de conducir a la muerte del ser vivo (como vuelta al estado inorgánico original); merecerían, por tanto, el nombre de instintos de muerte... Los otros serían los instintos sexuales o instintos de vida libidinosos (el Eros), mejor conocidos analíticamente, cuya intención sería formar con la sustancia viva unidades cada vez más amplias, conservar así la perduración de la vida y llevarla a unidades superiores”.

EL SÚPER YO

Este segundo componente se opone a lo instintivo, al ello, y se caracteriza por ser la instancia más propiamente humana; nos mueve hacia la superación y el deber, y representa la exigencia ética y el derecho de los demás. El súper yo tiene dos funciones: Indica a nuestro Yo las metas a conseguir y nos exige su cumplimiento. Nos prueba o nos reprueba según nos acerquemos a nos alejemos de la meta. Suele ser la instancia que censura, que califica bondad o maldad de algo.

“El súper yo es para nosotros la representación de todas las restricciones morales, el abogado de toda aspiración a un perfeccionamiento en suma: aquello que llamamos más elevado en la vida del hombre, se nos ha hecho psicológicamente aprehensible. Siendo en sí procedente de la influencia de los padres, educadores, etc...” (S. Freud).

El desacuerdo entre el ideal moral (súper yo) y la realidad (yo) genera en el hombre un sentimiento de culpabilidad, que aumentará en proporción a la rigidez del súper yo.

EL YO

La característica de este tercer componente es adaptar el psiquismo humano a la realidad, teniendo en cuenta los instintos (ello) y las exigencias morales. Desarrolla dos funciones: percibe la realidad a través de los sentidos. Responde, adaptándose a ella. Su producto es la acción eficaz en una situación convencional. El Yo funciona buscando lo posible y lo conveniente, lo útil y lo necesario, lo realista y lo lógico, intentando así conseguir el equilibrio y la racionalidad de la persona.

La persona sería la actividad en la cotidianidad de estas tres instancias:

Súper yo: Contiene las normas morales

Ello: Contiene los instintos

Yo: Está en contacto con la realidad

3. El desarrollo de la personalidad

El desarrollo y madurez de la personalidad depende de la evolución de los tres componentes psíquicos y de la maduración sexual-relacional del individuo. Veamos primero lo pertinente a las instancias de la personalidad:

DESARROLLO DEL ELLO

El Ello se basa en la herencia biológica y psíquica del niño. Se origina en el seno materno. El niño, cuando nace, es puro instinto. Su dinámica será la de satisfacerse y huir de lo restrictivo.

La evolución del Ello va a depender de la expresión espontánea del instinto, de las posibilidades familiares y culturales para satisfacer los impulsos y de los cauces capaces de sublimarlo y trasformarlo en fuerza creadora, artística, deportiva, etc. Cuando la cultura y la educación son muy represivas para el desarrollo del instinto, el Ello se atrofia, formándose una personalidad pobre sin emociones, sin afectos, sin ilusiones ni deseos profundos. De otra parte, la falta de cauces para los impulsos puede también generar una personalidad voluble y esclava del instinto, que puede degenerar en conductas perversas, antisociales o auto-destructivas.

EL DESARROLLO DEL YO

El yo se forma en los dos primeros años, mediante un proceso de adaptación a la realidad. El niño se acerca a su entorno guiado sólo por el Ello, es decir, de una forma incontrolada. Es la madre, con sus avisos y reprimendas y la misma realidad, con su propio límite, las que frenan su ávida impulsividad y le ayudan a adaptarse al mundo que le rodea.

Se comprende, por esto, que el Yo no pueda desarrollarse sin frustraciones. Es una tarea difícil que sólo será posible si se cumplen estas dos condiciones:

Que el yo acepte sus limitaciones, es decir, que comprenda que para vivir en relación con la realidad no puede realizar todo lo que le es posible. El yo crece no por la perpetua satisfacción de lo mismo, sino por afrontar y elaborar las frustraciones.

Que acepte y experimente vivamente lo gratificante de una buena relación con la realidad a pesar de la limitación que le impone.

EL DESARROLLO DEL SÚPER YO

Comienza su desarrollo al final del segundo año y se va configurando en sucesivas etapas, relacionadas con interiorización de las figuras paternas. Al final de este proceso el súper yo ha “internalizado” la moral, los ideales y las normas de los padres y de la sociedad, y continuamente anhela la perfección. El súper yo, desde esta situación trata de obligar al yo a lograr metas morales y no sólo metas realistas también obliga al Ello a reprimir o inhibir sus impulsos animales o instintivos.

1ª. fase (2 años): figura materna. El niño empieza a desplazarse y a recibir reprensiones, principalmente de la madre, que desatan su agresividad. El temor al castigo y el miedo a perder el afecto materno producen en el niño un conflicto interno. La salida de este conflicto estará en hacer suyas las prohibiciones: “No me lo prohíbe mi mamá, me lo prohíbo yo”, interiorizando así la figura materna.

2ª fase (4-5 años): figura paterna. La unión total madre - hijo de los dos primeros años es perturbada por la presencia del padre. En sus relaciones con la madre, el niño ve en el padre un rival (triángulo edípico), que le despierta celos y agresividad. Por otro lado, ve al padre como alguien más fuerte que él, pilar de la casa, a quien desea parecerse y de quien teme su castigo. Está tensión se resuelve, cuando el niño mismo se prohíbe a la madre. La figura paterna sale fortalecida, interiorizada como ley y como censura hasta de los deseos. Esto último reaviva el sentimiento de culpabilidad.

3ª fase (13 - 17 años): pubertad. El adolescente revive con fuerza los conflictos de la infancia; pero ya con el matiz de la identificación sexual y sociocultural; el adolescente se identifica con la figura paterna (con los profesores etc...) y la adolescente con la materna, a la vez que va asumiendo todas las funciones propias de su sexo y de su cultura. La falta de identificación con el propio sexo por no aceptar los papeles que le son propios, puede ser el origen de la homosexualidad. Un súper yo rígido da lugar a la culpabilidad neurótica, de la misma forma que la falta de la exigencia o de los modelos de identificación desmoronan la personalidad. El súper yo es maduro cuando, a la vez que censura, aprueba las metas alcanzadas.

ETAPAS PSICOSEXUALES

Freud afirmaba que los tres componentes de la personalidad se iban configurando con las primeras experiencias de la infancia, a medida que la persona atravesaba por una serie de etapas psicosexuales. Desarrollo también es en Freud, evolución en la experiencia sexual como experiencia relacional global, no simplemente genital, auncuando esta es la fundante. Durante estas etapas la energía del Ello se fija en determinadas zonas corporales: la boca, el ano, los genitales. Si en cualquiera de las etapas, se mima en demasía a los niños, o se les priva de afecto, el desarrollo se detiene en esa etapa y la personalidad adulta queda estancada allí donde la dificultad se fijó. Según Freud, la personalidad del adulto queda configurada primordialmente durante estas cuatro etapas:

Etapa oral: Durante esta etapa, que abarca aproximadamente los primeros 18 meses de vida, el niño fija principalmente su conducta en la boca: al comer, chupar y morder. Los niños súpermimados o frustrados en esta etapa, al llegar a adultos, pueden presentar rasgos de la personalidad oral: dependencia, pasividad y avidez.

Etapa anal: A lo largo del segundo año empieza el entrenamiento de esfínteres o el aprendizaje de “ir al baño”: los niños deben aprender a controlar por primera vez, sus impulsos naturales. Este hecho marca el inicio de la etapa anal. Si este entrenamiento es bastante severo y conflictivo, o si la eliminación de las heces fecales y orina es demasiado placentera, el individuo puede quedar fijado en la etapa anal, y posteriormente presentará una personalidad “anal”: desconfianza, terquedad, desorden y sadismo, o excesiva docilidad, excesivo orden y limpieza, demasiados escrúpulos.

Etapa fálica: En la etapa fálica (del tercero al quinto año de la vida) los niños descubren los genitales y se recrean en ellos. Sus fantasías se orientan en torno a los complejos de Edipo y de Electra (nombres de los personajes de la literatura griega que amaban en exceso al progenitor del sexo contrario y sentían gran rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo). Freud creía que la resolución de estos complejos era fundamental para el desarrollo de la moralidad y la conducta apropiada a su papel sexual. Si no se resuelven adecuadamente, la persona puede rechazar el papel sexual socialmente sancionado y tornarse homosexual o lesbiana, o bien presentar conducta antisocial, perversa o inmoral.

Etapa genital: Al terminar la etapa fálica, Freud pensaba que ya estaba esencialmente formada la personalidad de los niños. Para él, lo siguientes siete años de vida no constituyen una etapa de grandes necesidades, ni cambios fundamentales en la personalidad. Al presentarse la pubertad, vuelven a presentarse los intereses sexuales como una renovación de la propia percepción corporal dado que el desarrollo hormonal ha favorecido la diferenciación de los rasgos de feminidad y virilidad. Durante la adolescencia y los primeros años de la vida adulta, que en términos generales coinciden con el período genital o etapa genital, los individuos se orientan hacia las relaciones interpersonales y empiezan a participar en las actividades de su cultura. Hasta este período han estado absortos en sus propios cuerpos y en la satisfacción de sus necesidades. En esta etapa nueva, como adolescentes, aprenden a establecer relaciones satisfactorias con las demás personas. Según Freud, una relación heterosexual madura es el punto que marca el comienzo de la madurez.

4. Mecanismos de defensa

¿Cómo reacciona el hombre frente a las frustraciones? Puede tener dos tipos de respuestas:

Unas van dirigidas directamente contra la misma frustración. Así: agresión, la huida. Esto tan primario suele acrecentar el nivel de conflicto y frustración. Otras reacciones tienden a proteger al yo, a responder parcialmente sin desgastarse o prolongar la crisis actual: son los llamados mecanismos de defensa. No van destinados a resolver el problema directamente, sino a defender al sujeto de la prolongación de la frustración o de la ansiedad. Son como analgésicos que, aunque no suprimen la causa, evitan el dolor y permiten continuar la vida normal hasta cuando el yo posea la fuerza necesaria para resolver las neurosis latentes que provocan tales esquemas de respuesta. Expondremos los más frecuentes:

Racionalización: El sujeto trata de demostrar que la conducta propia es “racional” y justificable, y por consiguiente merecedora de aprobación. Todo puede ser disculpable. (La consecuencia de un error personal es achacada a los otros, que me obligaron a equivocarme, “yo creía que él…”).

Represión: El sujeto reprime aquellos sentimientos y deseos que no puede satisfacer o le provocan ansiedad. (Pedro, acaricia a su hermano, reprimiendo sus celos que le aconsejan golpear).

Proyección: Consiste en culpar a otros de las dificultades propias o atribuirles los rasgos que consideremos indeseables en nosotros. (Un holgazán, atribuye la holgazanería a su compañero).

Identificación: Mediante este mecanismo, el sujeto intenta asemejarse a una persona o institución de gran reputación. (Los adolescentes se identifican con el cantante de moda o el artista famoso, el joven inmaduro habla y juzga como lo hace el amigo que más poder tiene en el grupo).

Regresión: Es el retroceso a un nivel anterior de desarrollo con respuestas menos maduras y aspiraciones menos altas. (Insatisfecha como está de su vida, Sara se recrea y sueña con la niñez feliz, el adulto estalla en ira cuando no le sale algo que intente resolver, hace una pataleta).

Negación: El yo se protege de la realidad desagradable negándose a percibirla. (Una esposa, abatida por la infidelidad de su esposo, proclama que todos son así, que eso no le importa, que no constituye ningún dolor en su vida).

Desplazamiento: El yo descarga los sentimientos reprimidos, generalmente hostiles, sobre objetos menos peligrosos que los que suscitaron las emociones. (El obrero que se siente oprimido por el capataz se refleja dando órdenes a un inferior o agrediendo-desquitándose con el inferior).

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